Un viaje por los vinos de altura en los Valles Calchaquíes

Cafayate es el corazón de la producción salteña, y un atractivo turístico singular, tanto para los amantes de la bebida como para los que quieran descubrirla.

Pasar alguna noche en una antigua hacienda de estilo español, rodeado de viñedos, montañas imponentes, un aire diáfano y el olor al mosto flotando dulzón en la atmósfera es un objetivo que no debiera dejarse de lado. 

Y es posible realizarlo en Cafayate, pasando una velada extraordinaria llena de intensidades. Ir a esta ciudad de Salta es un viaje al corazón del vino que en los últimos años amplió su oferta de bodegas, la calidad de sus vinos, una gastronomía muy autóctona y varios espacios para pasar unos días espléndidos bajo el furioso sol del norte, rodeado de montañas imponentes y un ambiente fresco que hace agradable cualquier actividad.

Ubicada a 1.700 metros sobre el nivel del mar, Cafayate es una ciudad que vive del vino, reconocida por la calidad de sus uvas que aprovechan la altura para hacerse más fuertes y sabrosas. Entre las cepas se destaca el torrontés, única puramente argentina. Pero, además, tiene excelentes ejemplares de tannat, malbec, cabernet sauvignon y poco a poco se ha instalado entre los destinos más importantes para los fanáticos del vino de todo el mundo. 

El vino ha reconvertido desde hace unos años a Cafayate en un destino turístico ejemplar, con muchos hoteles de primera categoría, diversas excursiones y actividades vinculadas a la viticultura. Aunque quienes no están demasiado atraídos por el vino también van a encontrar actividades varias para realizar.

Viñedos y noches mágicas

Entre las propuestas disponibles para los fanáticos del vino se destaca El Esteco, en la antigua residencia de la familia Michel Torino, que fue adquirida hace años por el grupo Peñaflor que renombró la bodega y amplió la gama de productos para ofrecer una experiencia de lujo. 

Bodega, viñedos, restaurante y el hotel Patios de Cafayate Wine Resort se unen en una ciudad que vive y respira vino en todos los aspectos.  

El Esteco está rodeado de viejos viñedos que cubren varias hectáreas, con la vista a las montañas a ambos lados, muy cerca del centro de la ciudad. La inmensa construcción data de finales del siglo 19 y fue restaurada y refuncionalizada manteniendo intacto el encanto de los patios internos, las habitaciones amplias y exquisitamente decoradas, con baños en suite, muebles antiguos y pequeños detalles que hacen la diferencia. Los muros gruesos, resabios de la arquitectura colonial y detalles realizados por artesanos de la zona replicando antiguas tradiciones, hacen de la decoración del lugar un placer visual. 

Todos los días se pueden realizar degustaciones de una amplia variedad de vinos, guiadas por sommeliers especializados recorriendo los viñedos. Los sábados se realizan las “noches mágicas”, un recorrido nocturno por la bodega y las viñas antiguas de la propiedad, una experiencia que abre nuevas perspectivas para sumergirse en el mundo del vino. 

También hay cabalgatas por las mañanas recorriendo los viñedos, que terminan en una degustación. No hace falta ser huésped del hotel para realizar estos eventos, sólo hay que reservar. Una opción imperdible es almorzar o cenar en el restaurante La Rosa, en uno de los patios internos del hotel, en el que se ofrece una carta acotada pero muy sabrosa y precisa con comidas típicas, entre las que se destaca la carne asada al gancho y el guiso de cordero.

Las empanadas de Carmen

Decir que son las mejores empanadas de los Valles Calchaquíes puede derivar en un conflicto, una carta documento, una obligación de retractación pública o variadas amenazas de diverso calibre. Porque la empanada es una gloria salteña y todos se jactan de hacer la mejor. De manera que, para no derivar en una batalla inútil, podemos presentar a las empanadas que hace Carmen en la residencia de huéspedes de El Porvenir como las que mayores satisfacciones nos dieron. No sólo por su sabor, sino porque ella ofrece un curso personalizado para aprender a hacerlas, desde la masa hasta el repulgue, y no se guarda ningún secreto, todo a pocas cuadras del centro de Cafayate.  

Además, hace dulces caseros de la más variada y sabrosa procedencia. Pan de membrillo, dulce de higos, jalea de uva, cáscaras de naranja en almíbar, cayote en fibras. En El Porvenir se pueden degustar al mediodía las empanadas, con vistas a los viñedos y acompañados de carne asada y verduras de la huerta. Todo preparado ahí mismo, en el horno de barro con sobrada maestría. 

Otra manera de degustarlas es en formato picnic: una canasta llena de empanadas recién hechas, queso y dulce casero y –por supuesto– vino de la bodega, en donde no falta un excelente torrontés fresco. La canasta está lista para el mediodía y los comensales se la pueden llevar al parque y degustarla en el sitio que quieran, sobre una manta entre los árboles o, como experiencia inolvidable, debajo de los parrales antiguos que están en la finca. 

Bodegas por doquier

Hay diversas bodegas para visitar en el centro y conocer los diferentes vinos y estilos. Bodega El Tránsito es una buena opción, porque tienen visitas guiadas a toda hora y una buena sala de degustación. La bodega es pequeña y supertecnológica, con una antigua historia ya que los propietarios pertenecen a la familia Nanni, cuya bodega original está justo al frente y también vale la pena visitar. 

El fanático del vino no debe dejar de conocer Yacochuya, cuyo nombre resuena entre los nombre míticos del vino argentino. Los hermanos Etchart llevan adelante este emprendimiento unos kilómetros cuesta arriba. Un camino de ensueño, subiendo la montaña mientras se penetra por un sendero de ripio enmarcado por inmensos cardones. Ofrecen degustaciones de sus extraordinarios vinos (a partir de $1.000 las tres copas) y si tienen suerte, podrán encontrarse un rato con Marcos y Pablo Etchart, siempre dispuestos a la risa y la charla. 

En el mismo camino está la impactante estructura de la bodega Piattelli. De propietarios norteamericanos, también tienen bodega en Mendoza, y en la sala de degustación se puede realizar una experiencia única: probar la misma cepa pero de procedencia de viñedos de Mendoza y de Salta. Las diferencias impactan y al probarlas al mismo tiempo se detectan las variaciones de uno y otro terruño. Si la idea del viaje es aprender un poco más de vinos, ésta es una opción adecuada y muy especial. 

El vino y la vida

Hay varias vinotecas en el centro con una interesante selección de la zona, con joyitas de baja producción como los legendarios Tacuil, los vinos de Chavo Figueroa, diversas para comparar cepas de Vallisto, figuritas difíciles como Ekeko o las etiquetas de Colomé.

El museo del vino es una cita obligada. Los domingos el aire se llena de humo, porque es costumbre la tradición del pollo asado desde temprano en inmensas parrillas en las veredas. Comer los tamales de El hornito, probar las empanadas de La Casa de las Empanadas, y darse una vuelta por La Última Pulpería, refuerzan y complementan los placeres del degustador de vino, que puede seguir su recorrido por bodegas ancestrales como Etchart o la más moderna y nueva de la zona, Amalaya, cuyos vinos han sido muy premiados en los últimos años. 

Si queda tiempo, vale la pena seguir por la Ruta 40 hacia Cachi. Pasando San Carlos, el camino se vuelve de ripio, pero es uno de los paisajes más espléndidos que se puedan imaginar. En Angastaco los espera la bodega El Cese, un oasis increíble en medio del desierto, y llegando a Cachi se puede visitar Miraluna, cuyo merlot quita el aliento. 

Todo en Cafayate resulta encantador. Hay algo deleitable en el aire, la pureza que baja de las montañas y los soplos suaves y dulzones del mosto flotando en el ambiente. Mientras se pasea por los viñedos o se descansa en la pileta, el olor de la fermentación de las uvas escapa de la bodega e invade los espacios, llenando de un suave perfume los alrededores. Es un buen plan para un fin de semana largo, aunque lo ideal es ir con tiempo porque hay varias bodegas interesantes para recorrer, en medio de un marco geográfico espectacular. 

Bebida ancestral, alimento de los dioses y de generaciones y generaciones, el vino invita a la convivialidad y también al turismo.

Ir a Cafayate es abrir las puertas a un paisaje imponente y el paladar a unos vinos soberbios y únicos.

Por Javier Ferreyra

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