Tiene 11 años, va a la escuela de bomberos y salvó a su papá en un grave accidente doméstico: la historia de heroísmo de Priscila

Claudio Costilla se cortó la mano derecha con una amoladora mientras intentaba cortar machimbre el sábado 15 de agosto en Montes de Oca, un pueblito del oeste santafesino. Su hija mayor, que estaba jugando con sus dos hermanos, reaccionó con calma y madurez extremas y lo salvó. «De grande me gustaría ser bombera», reconoció la niña

Cuando finalmente a su papá lo llevaron al hospital, Priscila fue a la casa de su abuela. Recién ahí, recluida y anónima en el baño de la vivienda, se puso a llorar. La intimidad que le daban las paredes y la puerta cerrada la habían aflojado. Canalizó en llanto la angustia previaNo lo sabía pero le había salvado la mano derecha -la hábil- a Claudio, su papá, quien mientras su hija lloraba en el baño deseando que nada malo le pasara, era atendido en el SAMCO (Sistema para la Atención Médica de la Comunidad) del pueblo con un torniquete en su muñeca derecha.

Horas antes, cerca de la una del mediodía del sábado 15 de agosto, Claudio se dispuso a cortar machimbre para colocar en el cielo raso de su casa. “Hace un año y pico que estamos viviendo ahí. Y como me doy maña, todo lo quería hacer yo”, contó. Junto a su esposa Carla y sus tres hijos -Priscila de 11 años, Lisandro de 8 y Mirko de 2-, habían vivido en casa de su madre y en lo de una señora mayor a la que cuidaban. Mientras tanto, iban construyendo su hogar en otro rincón de Montes de Oca, una pequeña localidad ubicada 147 kilómetros al oeste de Rosario, casi en el límite provincial con Córdoba.

Había estado trabajando toda la mañana. Como portero de la única escuela secundaria del pueblo, la pandemia le concedió la oportunidad de avanzar en la construcción de su vivienda. “Quería terminarlo rápido. Por eso agarré la amoladora. Podría haber usado una sierrita y no hubiese pasado nada, pero como quería hacerlo rápido, elegí la máquina. Siempre dicen que la amoladora es traicionera, pero a mí nunca me había pasado nada”, indicó.Ella tuvo la idea de aplicarle un torniquete al brazo de su padre para evitar la hemorragia y que se desmayara por la pérdida de sangreElla tuvo la idea de aplicarle un torniquete al brazo de su padre para evitar la hemorragia y que se desmayara por la pérdida de sangre

Simplemente se le zafó. El disco de sierra trotó por sobre la madera y arremetió contra su mano derecha: embistió la cara externa de la muñeca y la primera articulación del dedo gordo. “Fueron milésimas de segundo. De un momento al otro me di cuenta que tenía la mano colgando y estaba chorreando sangre. Pegué un grito del susto, no del dolor”, recordó. Su primera reacción fue consciente: salió corriendo a pedir ayuda, pero no dentro de su casa sino afuera. “Es un pueblo de tres mil personas y nos conocemos todos. Vivimos en un radio de diez cuadras por diez cuadras y siempre pasa alguien por la calle. Pero como no pasó nadie, me pegué la vuelta”.

Lo devolvió a la casa el tiempo crucial que había desperdiciado y la memoria de lo que había dejado en su casa: una amoladora loca y enchufada y sus tres hijos. El rastro de sangre lo perseguía por donde fuera. Estaba en el baño, sin una razón eficiente salvo la estrategia higiénica de que el flujo de sangre se perdiera por el desagüe, cuando apareció Priscila alertada por sus sonidos extraños y sus movimientos espasmódicos. La respuesta de su hija fue de templanza y entereza. No gritó ni se manifestó absorta o conmovida. Contuvo el pánico, internó el susto y recordó lo que había aprendido en sus últimos dos años.

Lo primero que me pasó por la cabeza fue el miedo a que mi papá se desmayara”, reconoció la niña en diálogo con InfobaeEn el baño agarró una toalla, envolvió el brazo de su papá y lo ató. Aplicó la técnica de un torniquete. “La idea fue mía. Me acordé lo que me enseñaron en la escuela de bomberos y lo hice, no tuve que pensar mucho”, explicó. En 2018, a sus nueve años, empezó a cursar en la escuela de cadetes Ramiro Torres de la ciudad después de un estímulo recibido en su colegio. “Ella me pidió ir. Los bomberos habían ido a su escuela a presentarse y enseñar lo que hacen. Ella llegó a casa y lo primero que me dijo fue que quería ir. Cuando me lo contó, me puse muy contento porque a mí me hubiese encantado hacerlo a su edad”, relató el padre.Priscila es la hija mayor de Claudio y Carla. En el momento del accidente, estaba cuidando de sus hermanos Lisandro y MirkoPriscila es la hija mayor de Claudio y Carla. En el momento del accidente, estaba cuidando de sus hermanos Lisandro y Mirko

Claudio recuerda a su hija aterrada, pero entera y consciente de lo que hacía: “Me decía ‘papá, estoy temblando’ pero me seguía sosteniendo la toalla y apretando el brazo”. Fue la única interacción que tuvieron. Después hubo silencio. A Priscila le pareció una eternidad. Él cree que si no hubiese sido por esos primeros auxilios de su hija, se habría descompuesto y desmayado por la pérdida de sangre. Mientras su hija y el torniquete impedían que siguiera emanando sangre, con la mano izquierda Claudio llamaba a su padre, de profesión conductor de ambulancias, que había regresado al pueblo hacía pocos días.

Priscila también se encargó de no contagiarle el susto a sus hermanos menores, con quienes estaba jugando antes de que ocurriera el accidente doméstico. Suele quedarse a cargo de ellos cuando sus papás trabajan: Claudio en la escuela secundaria y Carla en el geriátrico del pueblo. Dedicó esfuerzos en no despertar la preocupación de Lisandro y Mirko, quienes igual notaron que algo no estaba bien con su papá. Paralizados por la situación y respaldados por el coraje y la prudencia de su hermana, se dispusieron a esperar la asistencia del abuelo.

Pasaron diez minutos hasta que el papá de Claudio llegó en su auto. Juntos se fueron al SAMCO del pueblo. Los hijos se dirigieron a la casa de la abuela materna. En el centro de salud de Montes de Oca le entablillaron la mano y lo derivaron a un hospital de Cañada de Gómez. Allí estuvo un par de horas, pero no le pudieron suturar la herida por la ausencia de un traumatólogo. Lo trasladaron al Sanatorio Italiano en Rosario: le dieron 30 puntos para reparar la zona y evitar la infección. Durmió y al otro día lo operaron: tenía tres tendones rotos, una arteria cortada y fractura expuesta del húmero derecho.Claudio y Priscila. Gracias al rápido accionar de su hija, el hombre pudo llamar a su padre para que lo llevara al hospital del pueblo. El traumatólogo que lo operó dijo que por poco no le tuvieron que amputar la manoClaudio y Priscila. Gracias al rápido accionar de su hija, el hombre pudo llamar a su padre para que lo llevara al hospital del pueblo. El traumatólogo que lo operó dijo que por poco no le tuvieron que amputar la mano

Claudio sabe que su mano no volverá a ser la de antes y descuenta que perdió maniobrabilidad. El traumatólogo que lo atendió no se lo reconoció directamente a él sino a su esposa: de no ser por la rápida reacción y por pocos centímetros le habrían amputado la mano. Todos los días recibe curaciones en su casa y evoluciona favorablemente. Su hija, en cambio, fue reconocida por su heroísmo en todo el pueblo. “Está contenta pero es tímida, la gente la felicita y le hace regalos a modo de agradecimiento. Desde la escuela primaria le regalaron una caja de golosinas y un nenito que la vio en la tele le hizo llegar un dibujo con cuatro caramelos”, narró su padre, sin poder contener la emoción.

Me felicitaron y me alentaron porque estaba bien lo que hice”, valoró ella con una mezcla de orgullo e inocencia. A sus once años, la experiencia dramática la reforzó su proyección. “Desde que empezó en la escuela de cadete se la pasa incentivando a los demás chicos a que se conviertan en bomberos”, dijo su padre. La respuesta es fácil de adivinar. A Priscila de grande le gustaría ser bombero

Fuente:INFOBAE

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