La Unesco declaró el 22 de agosto como el Día Mundial del Folklore, fecha elegida en recuerdo de aquel 22 de agosto de 1846, cuando el arqueólogo británico William G. Thorns publicó en la revista londinense ‘Atheneum’ una carta en la que utilizó por primera vez el término ‘folklore’, registró AIM.
La palabra “folklore” etimológicamente deriva de “folk” (pueblo, gente, raza) y de “lore” (saber, ciencia) y se designa con ella el “saber popular”.
En Argentina, esta fecha coincide con el aniversario del nacimiento de Juan Bautista Ambrosetti (1865-1917), considerado como el ‘padre de la ciencia folklórica’.
El folklore es la expresión de un pueblo que abarca las tradiciones, leyendas, costumbres, música, danza, entre otras manifestaciones. Es el folklore una de las particularidades que permiten distinguir una cultura de otra.
Asimismo, en 1887 el folklorista inglés Houme, uno de los fundadores de la “Folklore Society”, definió al folkore como ‘la ciencia que se ocupa de la supervivencia de las creencias y de las costumbres arcaicas en los tiempos modernos’.
Es una ciencia que trata las manifestaciones o bienes culturales, ya sea de su vida material y espiritual (costumbres, vestidos, danzas, música, creencias, mitos, etc.) del pueblo, que en él se han arraigado y que han sobrevivido por varias generaciones a la época cultural a la que pertenecen.
¿Cuando un hecho es considerado folklórico?
Cuando es:
Colectivo: Porque deja de ser creación personal al ser incorporado al patrimonio tradicional.
Popular: porque ha sido asimilado por el pueblo (folk).
Empírico: porque se transmite sin que medie una enseñanza escrita o teórica, sino práctica, gestual, a través del ejemplo.
Oral: porque la transmisión se hace oralmente, por experiencia directa de un individuo a otro, de una a otra generación.
Funcional: porque el pueblo solo adopta el hecho folklórico si se identifica con su idiosincrasia, descartando lo que no llene una función en la vida de la comunidad. Anónimo: porque se desconoce el nombre del autor o autores, que la obra del tiempo ha borrado y se considera como herencia común.
Regional: porque la naturaleza circundante influye en lo folklórico y le da un matiz local, aunque luego se difunda en toda una región, a varias o aún sea adoptado por todo el país.
El folklore en la actualidad se divide en dos modalidades:
Folklore vivo: es aquel que se conserva aún y se practica espontáneamente en la población sin mediar la acción de profesores y escuelas de danzas. Ejemplo: Gato, Chacarera, Zamba, Cueca y muy pocas más.
Folklore extinto: es aquel que no se practica naturalmente, cayeron en desuso, no en el olvido, y constituyen elementos que la obra de los cultores de la tradición trata de revivir.
Historia de la música folclórica de Argentina
La música folklórica de Argentina tiene una historia centenaria que encuentra sus raíces en las culturas indígenas originarias. Tres grandes acontecimientos histórico-culturales la fueron moldeando: la colonización española (siglos XVI-XVIII), la inmigración europea (1850-1930), la migración interna (1930-1980).
Aunque estrictamente «folklore» sólo es aquella expresión cultural que reúne los requisitos de ser anónima, popular y tradicional, en Argentina se conoce como «folklore» o «música folklórica» a la música popular de autor conocido, inspirada en ritmos y estilos característicos de las culturas provinciales, mayormente de raíces indígenas y afro-hispano colonial. Técnicamente, la denominación adecuada es música de proyección folklórica de Argentina.
En Argentina, la música de proyección folklórica, comenzó a adquirir popularidad en los años treinta y cuarenta, en coincidencia con una gran ola de migración interna del campo a la ciudad y de las provincias a Buenos Aires, para instalarse en los años cincuenta, con el «boom del folklore», como género principal de la música popular nacional junto al tango.
En los años sesenta y setenta se expandió la popularidad del «folclore» argentino y se vinculó a otras expresiones similares de América Latina, de la mano de diversos movimientos de renovación musical y lírica, y la aparición de grandes festivales del género, en particular del Festival Nacional de Folclore de Cosquín, uno de los más importantes del mundo en ese campo.
Luego de ser seriamente afectado por la represión cultural impuesta por la dictadura instalada entre 1976-1983, la música folklórica resurgió a partir de la Guerra de las Malvinas de 1982, aunque con expresiones más relacionadas con otros géneros de la música popular argentina y latinoamericana, como el tango, el llamado «rock nacional», la balada romántica latinoamericana, el cuarteto y la cumbia.
La evolución histórica fue conformando cuatro grandes regiones en la música folclórica argentina: la cordobesa-noroeste, la cuyana, la litoraleña y la surera pampeano-patagónica, a su vez influenciadas por, e influyentes en, las culturas musicales de los países fronterizos: Bolivia, sur de Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Atahualpa Yupanqui es unánimemente considerado como el artista más importante de la historia de la música folclórica de la Argentina.
Principales intérpretes de Folklore argentino
Andrés Chazarreta y Atahualpa Yupanqui son considerados los padres del folklore nacional, al haber sido los primeros en sistematizar el rescate de las músicas, las danzas y las voces populares de la Argentina…
El poeta salteño Jaime Dávalos, por su parte, ayudó a enriquecer al folklore con su pluma exquisita.
El cantautor Hernán Figueroa Reyes fue una de las figuras más importantes del “boom” de la música folklórica, que explotó en la década del sesenta y cuyos mayores representantes fueron Mercedes Sosa y Ariel Ramírez, quienes incluyeron en sus repertorios temas característicos de todas las regiones del país y se convirtieron en verdaderos embajadores del folklore autóctono.
Eduardo Falú, Horacio Guarany, José Larralde, el Cuchi Leguizamón, el Chango Rodríguez, Jaime Torres, Los Hermanos Carbajal, el Chaqueño Palavecino, Teresa Parodi y el Chango Spasiuk son otros nombres fundamentales de la música folklórica de ayer y de hoy.
Por otra parte, también los conjuntos folklóricos también tuvieron su auge, principalmente en los sesenta y los setenta, cuando brillaron Los Arroyeños, Los Calchakis, Los Cantores del Alba, Los Chalchaleros, Los Hermanos Ábalos, Los Fronterizos, el Dúo Coplanacu, Las Voces Blancas y el Cuarteto Zupay, entre muchísimos otros.
En esos tiempos, era difícil ver a un joven con una guitarra que no supiera tocar una zamba. Con los años fue decayendo el interés de los jóvenes por el folklore nacional.
Hasta hace poco tiempo, cuando ya entrados los noventa, una joven demostró a todos que el folklore no es asunto de ancianos: Soledad Pastorutti logró despertar el interés de grandes y chicos por la música folklórica, provocando un nuevo impulso de la música de raíces autóctonas, al que también se sumaron Luciano Pereyra, Abel Pintos y el grupo Los Nocheros.
Más datos
El Primer Congreso Internacional de Folklore se realizó en la ciudad de Buenos Aires en 1960. A dicho evento, presidido por el argentino Augusto Raúl Cortazar, asistieron representantes de 30 países que instauraron el 22 de agosto como Día del Folklore.
El emblema que representa a los folkloristas argentinos – elegido por el Primer Congreso Nacional del Folklore en 1948 – es el árbol, porque el folklore también hunde sus raíces en la tradición, sus ramas representan el pensamiento, el sentido y la imaginación por un lado y la obra de las manos, es decir la creatividad artesanal por el otro. Las escasas hojas representan la juventud primaveral de la ciencia. Las palomas, la unión de lo material con lo espiritual en la amplitud del folklore.
El tronco y ramas están envueltas con una banda que dice: Qué y cómo el pueblo piensa, siente, imagina y obra.